jueves, 20 de octubre de 2016

THE EVIL DEAD


The Evil Dead - Sam Raimi - Estados Unidos

En su  reciente y magnífico  ensayo sobre  el  cine de horror  norteamericano  post  11-S, 'El  imperio  del  miedo',  Antonio José  Navarro define el  icono de la cabaña en el bosque como  'un tortuoso  paisaje interior, donde el  hombre civilizado y civilizador (···)  aparece como una diminuta criatura cuyo sufrimiento, enclaustrado en esa ratonera con  apariencia  de hogar, apenas  cuenta  ante la opresiva opulencia  del bosque.'  Tenemos  que retroceder  hasta  1968 para localizar  el  que posiblemente  sea  el inicio de esta  figura escénica que se  ha acabado  convirtiendo, casi, en un subgénero dentro del  cine fantástico. En  'Night of the Living Dead', George  A. Romero encerraba  a sus  protagonistas  en una casa  aislada,  convertida en el  último  bastión civilizado, y lógico, de un mundo en el  que los  muertos  caminaban por  la tierra anunciando el  comienzo  del  Apocalipsis:  el  fin  de un orden  establecido que  se iba agrietando. No es  caprichoso traer  a  la memoria la seminal  ópera prima  de Romero  para hablar  de la no menos  influyente primera película  de Sam  Raimi  cuya desprejuiciada mezcla (sub)genérica  sigue siendo  su fuente de frescura aún hoy, más  de 30 años  después.  El paradigma  del  zombie  instaurada por  Romero (especialmente  a partir  de la fundamental  Zombi)  es  cruzada con la  irreverente locuacidad y tortuosa tentación  de la poseída  Rega de  'The Exorcist', dando lugar  a una explosiva mezcla:  los  poseídos  de 'The Evil Dead', con sus  rostros  convertidos  en grotescas  máscaras  de piel cuarteada y carne lacerada  no son sino débiles  y moldeables  figuras  humanas, cuya envoltura  de carne y hueso hace  gala de una  notable  vulnerabilidad ante  la devastadora fuerza inmaterial  de la esencia maligna que habita  en el  bosque.


El  descenso  en espiral  a los  abismos  del  gore  que efectua  'The Evil Dead'  no es gratuito. El  film  de Raimi  es  hijo directo de la década  de la Nueva Carne.  El  cine de terror  de los  80 tomó el  relevo de la materialidad de los  70 (donde la amenaza ya  no era sobrenatural, sino que lucía una  forma  muy  humana)  y convirtió el  cuerpo de los personajes  en un banco de pruebas  donde experimentar  con el  avance  de las  técnicas de efectos  especiales  de maquillaje. Próxima  a los  parámetros  de  las  casas encantadas, los  protagonistas  de  'The Evil Dead'  no se  ven acosados  por  un catálogo de sucesos  poltergeist.  Su indefensión  es  reflejada en su  propia fragilidad física. Recordemos  momentos  tan inolvidables,  imbuidos  de una  atroz fascinación demencial, como aquel  en que uno de los  poseídos  se arranca su  propia mano royendo con sus  dientes  la muñeca  o el  brutal  exorcismo  que  Ash  practica  a uno de sus  amigos  descuartizándole con un hacha. En este sentido,  la unidimensionalidad de los  personajes,  su escaso  dibujo psicológico, no es  tanto un defecto como una declaración  de principios. 'The Evil Dead'  comienza  con la cámara recorriendo un bosque brumoso, flotando  por encima  de unas  estancadas  aguas,  hasta que se asoma  a un claro desde  el  cual  se  ve la carretera, por  la que circula en ese momento un coche. La llegada del  grupo de jóvenes  dispuestos  a pasar  un divertido fin  de semana  en una aislada  cabaña  alquilada en  Tennesse  es  mostrada  por  Raimi  con una cadencia  ceremonial:  el  plano en semipicado  que sigue al  vehículo  mientras  recorre el  camino hacia  el  lugar;  ese columpio que golpea una pared como si  marcara el  ritmo  del  corazón del  lugar  y que se detiene  de repente, de manera maligna. La cámara se  sitúa dentro de la cabaña cuando la puerta es  abierta  por  primera  vez, con la luz del  exterior  rasgando unas tinieblas  de evocación primigenia  despertando a una energía  aletargada.


Como  indicaba Navarro al  comienzo de  este texto, el  paisaje humano de  'The Evil Dead'  no son  sino unos  meros  títeres  cuya función es  mostrar, por  contraste,  la superioridad  (casi  cósmica,  lovecraftiana)  de las  monstruosas  fuerzas  del  bosque:  los erráticos  movimientos  de los  personajes  enfrentados  a los  enérgicos  travellings  que representan el  punto de vista  (?)  del  ser  (?)  que les  acosa;  los  planos  generales  del exterior  de la cabaña, con la luna llena  alcanzando un monstruoso  tamaño;  o ese momento  en el  que todo el  grupo está cenando  y, de repente, sin explicación  alguna, la puerta del  sótano se abre sola,  invitándoles  (manipulándoles)  a entrar  en  su interior. Su condición de piezas  sacrificiales  es  refrendada  en una de las  escenas  más  terribles (e irrepetibles, como demostró  el  pulcro remake dirigido por  Fede Álvarez en  2013) del  film:  una de las  jóvenes  siendo violada  por  el  mismísimo  bosque, convertido ya en un ente primordial  ávido de energía  juvenil. Volviendo a la mezcla  genérica  comentada líneas  arriba,  'The Evil Dead'  recoge la estructura del  slasher, con su  grupo de  adolescentes  encerrados  (y aislados)  y que son eliminados  de uno en  uno.  Así, el  film  acaba transformándose  en una pesadillesca experiencia subjetiva  centrada  en el  punro de vista de  Ash quien va  viendo, impotente,  como  se  va quedando solo. En un giro que  subraya la crueldad que subyace  en las  imágenes  de 'The Evil Dead', alejándolas  así  del  mero espectáculo truculento, es  el  mismo  Ash quien tiene  que eliminar  a sus  amigos  (y  a su novia)  con sus  propias  manos  (Ash  reventando  los  globos  oculares  de uno de los  poseídos  con sus  dedos, captado  en un terrible plano detalle). El  objetivo de las  fuerzas  malignas del  bosque  parecen,  en última  instancia,  aislar  a  Ash  para jugar  con  él  y su cordura. De ahí  surge  un sentido del  humor  muy  negro (lejos  de los  excesos  cartoon y slapstick  que se  irán adueñando  de la saga),  concentrado en los  endemoniados jóvenes,  dispuestos  a socavar  cualquier  vestigio racional. La última media hora del  film,  con  Ash  como  único superviviente, se  convierte en un carrusel  surrealista protagonizado por  una cámara que se  descubre  como  la última poseída  y que, libre de las  ataduras  racionales  de una praxis  cinematográfica ortodoxa (lógica), da rienda suelta  a una serie de  proezas  estilísticas  (el  brutal  plano contrapicado,  situado bajo los  pies  de  Ash;  y su  contrapartida, ese travelling cenital en el  que, cada  vez que pasa una viga, suena un extraño zumbido)  cuyo objetivo es llevar  al  indefenso  humano superviviente al  terreno de la demencia,  distorsionando sus  sentidos  espaciales  y temporales.  Como  su  último plano indica,  'The Evil Dead'  es  un festival  del  Mal,  en el  que los  personajes  son meros  figurantes. De ahí la electrizante energía  que, a día de hoy, sigue  transmitiendo  sus  imágenes  y la desazón  que sigue  atenazando al  espectador  que se  acerca a ellas, atrapado en el interior  de una cabaña  convertida en una puerta a un abismo  de caos  y destrucción en el  que las  normas  con las  que asociamos  la narrativa  cinematográfica han  sido gozosamente abolidas.

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