31 - Rob Zombie - Estados Unidos
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Este inicio nos remite directamente a la mencionada 'La casa de los 1,000 cadáveres', la cual funcionaba como una revisión lunática y alucinada de la película de Tobe Hooper. Pero las imágenes son muy diferentes: la tierra seca, los rastrojos, la polvareda de la carretera empapa la fotografía, remitiéndonos al estilo seco, granuloso de 'Los renegados del diablo', aquella falsa secuela que se asemejaba a un western infernal. Por tanto, 31 supone una mirada al pasado de Rob Zombie, una valoración de su obra hasta ese momento, casi un recopilatorio de sus avances como realizador. Es lógica esta decisión tras una obra casi terminal como 'The lords of Salem', en la cual Zombie lograba de manera rotunda filtrar la referencialidad siempre clave en su carrera a través de un mundo personal que, aquí sí, adquiría autonomía propia. Era comprensible que tras un trabajo tan rotundo como este, pero que adquiría el peligroso signo de callejón sin salida, Zombie se tomara un descanso para echar la vista atrás y analizar lo que le ha llevado hasta ahí. Para coger aire antes de volver a dar un paso hacia delante.
Así, más que un relato, una historia, '31' supone un viaje por el Universo Cinematográfico de Rob Zombie. No es extraño que los personajes se vean empujados a una especie de yincana mortal que a ojos del espectador adquiere la forma de un parque temático en el que cada fase, cada zona, resulta una atracción que los protagonistas tienen que experimentar. Poco, o nada, sabremos de los demiurgos que siguen la acción, los responsables del calvario que sufre el grupo, más allá de su extravagante aspecto. A partir de aquí, Zombie pone en marcha su mirada cruel del género, su habilidad para el tortuoso subrayado físico, una visión atrozmente materialista del horror, reducido a cuerpos sufrientes, carne desgarrada, huesos quebrantados en un festival de la barbarie que resulta más hipnótica por su falta de asideros argumentales. Recreando el miedo espontáneo y el susto libre de un viaje por una Casa de la Bruja, no es casualidad que, al comienzo de la película, uno de sus personajes más carismáticos, Doom Head, se dirija directamente al espectador en un largo monólogo mirando a cámara, como si fuera el guardián de la atracción en la que vamos a montar, que nos la presenta a la vez que vende sus virtudes de manera tan rimbonbante como hiperbólica.
A raíz de lo expuesto, el final de '31' es toda una declaración de principios: hasta dos veces Rob Zombie nos escamotea el clímax liberador, el enfrentamiento final que ha ido minuciosamente preparando. La última secuencia evidencia la ausencia de interés del director de Halloween. El origen por lo que está contando. Una reescritura del final de Los renegados del diablo en el que la hiriente pulsión romántica de aquel ha sido sustituida por una recreación estrictamente esteticista del instinto de supervivencia. No nos importa el desenlace final, que se nos escamotea, sólo la ilustración de este, la fuerza de unas imágenes que sirven de acompañamiento, y no al revés, de una canción utilizada como emblema de valor épico del anticlímax. Los protagonistas bailando en una grabación en Super 8 y el seguimiento de su furgoneta a través del desierto como cierre sobre el que desfilan los créditos finales. '31' ha sido un ejercicio de pulso visual que, pese a su generosa ración de sangre y tripas, respira un aire liviano, casi festivo. Un alto en el camino para moverse a los ritmo de una danza macabra que empieza y acaba en sí misma. Y, a continuación, vuelta a la carretera, recuperadas las fuerza, hacia el siguiente destino que seguimos esperando con interés.
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